¿Qué más podía hacer por ti?
Muéstrame, oh SEÑOR, tus caminos; enséñame tus sendas. (Salmos 25:4 RVA-2015)
Tal vez hayan oído el cuento del hombre que quedó atrapado en una inundación y tuvo una visión en la que Dios desde el Cielo le extendía la mano y lo levantaba para llevarlo a un lugar seguro.1 A medida que subía el agua en su casa, un vecino lo instó a irse y le ofreció llevarlo en su camioneta para sacarlo de peligro. El hombre respondió: «Estoy esperando a que Dios me salve»,
Cuando el agua subió y cubrió el primer piso de la casa, el infortunado se encaramó en el techo. Pasó entonces por allí un bote, los damnificados invitaron a gritos al hombre para que subiera al bote con ellos. Él les gritó que esperaría hasta que Dios lo salvara.
Un helicóptero se sostuvo en el aire sobre esta, ya casi totalmente sumergida, y de un altavoz se oyó una voz que le ofrecía bajar una escalera para rescatarlo. El hombre, haciendo un ademán con el brazo, les indicó que se alejaran y gritó categóricamente que esperaría allí hasta que Dios lo salvara. Finalmente el agua cubrió el techo de la casa, y arrolló y se llevó al hombre que murió ahogado.
Cuando llegó al Cielo preguntó indignado: Señor, ¿por qué no me salvaste? —¡Pero si te extendí Mi mano! —le contestó Dios—. Lo hice cuando mandé una camioneta, un bote y un helicóptero para llevarte a lugar seguro, pero no aceptaste ninguno. ¿Qué más podía hacer por ti?»
¿A cuento de qué viene este descabellado relato? El principio de tomar decisiones prudentes, con oración, se aplica a todos los aspectos de nuestra vida. Permanentemente estamos obligados a tomar decisiones y no podemos quedarnos sumidos en la rutina de aferrarnos con tenacidad a un solo tipo de solución o modo de pensar solo porque así lo hicimos en el pasado.
Necesitamos estar abiertos a aceptar la guía divina y a ponernos a Su cuidado. —Maria Fontaine [1]
La obediencia a Dios es el camino hacia la vida que realmente quieres vivir. —Joyce Meyer
[1] Conéctate Subirse al bote