Oh, Jesús, ¿por qué no viniste?

De cierto les digo que en cuanto lo hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron. (Mateo 25:40 RVA-2015)

 Uno de mis cuentos favoritos de Navidad trata de un viejo zapatero remendón, llamado Martín, que en cierta Nochebuena soñó que Jesús lo visitaría al día siguiente.
 Así que a la mañana siguiente se levantó, decoró su taller y se sentó a esperar a Jesús. Transcurrían las horas, pero Jesús no se presentaba. Desde la ventana, sin embargo, Martín notó que un anciano pasaba por allí. Lo invitó a pasar y resguardarse del frío. Mientras conversaban, advirtió varios agujeros en los zapatos del anciano y le alcanzó un nuevo par que tenía en el estante.
 Así y todo, Jesús no aparecía. Una mujer tocó entonces a la puerta. Le contó que no había comido nada ese día y le preguntó si era tan amable de darle algo para su familia. Martín le cedió el almuerzo que se había preparado y se sentó nuevamente a aguardar a Jesús.
 No oyó a Jesús, pero sí a un niño que lloraba frente a su negocio. Era del barrio y resultó que se había separado de sus padres y andaba perdido. Como todavía no existían teléfonos, se adosó su abrigo, cerró el taller con llave y llevó al niño a su casa a varias cuadras de distancia.
 Aquella noche Martín revivió lo ocurrido ese día con un dejo tristeza por no haberse cumplido su sueño. Oh, Jesús, ¿por qué no viniste?
 Le pareció entonces haber oído una voz que le decía: Si hoy vine tres veces a verte. Fui el hombre de los pies fríos. Fui la mujer a la que diste de comer. Fui el niño perdido en la calle.
 Jesús efectivamente había venido, y el zapatero lo había atendido sin saberlo. — Gabriel García Valdivieso [1]

 Es Navidad cada vez que dejas que Dios ame a los demás a través de ti. Sí, es Navidad cada vez que sonríes a tu hermano y le ofreces la mano. Madre Teresa (1910-1997)

[1] Conéctate Jesús y el zapatero

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