Gracias al poder del Espíritu de Dios
Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. (1 Corintios 15:57)
En el Antiguo Testamento se solía equiparar victoria con éxitos militares. Los hebreos tenían conciencia de que era Dios quien peleaba por ellos y los llevaba a triunfar en batalla.
Los profetas, sin embargo, les ofrecieron vislumbres, atisbos, de una batalla mucho más importante que tenía lugar, no por países o territorios, sino por las almas de los hombres, y previeron que la postrera y definitiva victoria en esa batalla la obtendría el Mesías mismo. Sería una victoria espiritual labrada con armas de otro calibre: el amor, la oración y la fe.
Con la venida de Jesús al mundo el concepto de victoria adquirió su pleno sentido espiritual. Ya la victoria no se produce sobre ejércitos enemigos o vecinos hostiles, sino como lo expresó el apóstol: «Nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales». (Efesios 6:12)
La victoria que de verdad cuenta es la divina, que se gesta en un terreno completamente distinto. Con Cristo podemos remontarnos permanentemente sobre las escaramuzas circunstanciales. Gracias al poder del Espíritu de Dios podemos superar cualquier situación que enfrentemos, entre ellas las actitudes con las que lidiamos día a día, como nuestro orgullo, ansiedad, depresión, etc.
Tenemos la victoria ya, en este mismo momento, y podemos reclamarla, sabiendo que tenemos la victoria, gracias al sacrificio de Jesús en la cruz. —Gabriel García Valdivieso [1]
La vida es demasiado corta, el mundo es demasiado grande y el amor de Dios es demasiado grande para vivir ordinariamente. —Christine Caine
[1] Conéctate La mayor victoria