Un Padre amoroso
Señor, si mirares a los pecados, ¿quién, oh Señor, podrá mantenerse? (Salmo 130:3)
No es una buena señal hacer más hincapié en condenar el pecado que en amar al pecador. Dios hace todo lo posible por conducirnos a Su reino manifestándonos amor.
¿Qué fue lo que los conquistó a ustedes y los acercó a Jesús? ¿Que alguien sacara a la luz sus pecados de uno en uno y les dijera que eran unos pecadores terribles? ¿Acaso se los menospreció, criticó o condenó por todas sus malas acciones?
O más bien les dijeron que no importaba lo que hubieran hecho, que tenían un Padre maravilloso que los amaba tanto que estaba dispuesto a cualquier cosa —al mayor de los sacrificios— para hacerles un lugar a Su lado en el Cielo, donde serían eternamente felices y estarían en paz con Él.
«Dios muestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros». (Romanos 5:8)
Si para que amemos a alguien, primero tiene que librarse de sus pecados, ¿a quién vamos a poder amar? Si comenzamos a juzgar a las personas según sus pecados, ¿quién va a librarse?
Sin el amor y la gracia de Dios estamos todos perdidos. Eso es lo único capaz de salvarnos. —M. Fontaine [1]
No nos corresponde hacer las veces de juez y de jurado, determinar quién se merece o no nuestra amabilidad. Simplemente debemos ser amables, sin condiciones y sin segundas intenciones, aun —o más bien, particularmente— cuando preferiríamos no serlo. —Josh Radnor
[1] M. Fontaine Áncora ¿Dónde vamos a encontrar la gracia?