Sonriendo el chiquillo…
El propósito de mi instrucción es que todos los creyentes sean llenos del amor que brota de un corazón puro, de una conciencia limpia y de una fe sincera. (1 Timoteo 1:5 NTV)
Un conocido relato describe a un hombre que deambulaba por una playa al atardecer. A cierta distancia observó que un jovencito se agachaba para recoger algo, que luego arrojaba al agua.
Acercándose, el hombre logró distinguir que el chico recogía estrellas de mar varadas en la arena y las devolvía con ímpetu al agua. El hombre preguntó al muchacho qué hacía.
—Estoy arrojando estas estrellas de mar al agua para que no mueran en la arena.
—Pero si hay miles en esta playa y esto mismo se repite en litorales de todo el mundo. No servirá de nada.
Sonriendo, el chiquillo se agachó, recogió otra estrella y mientras la lanzaba al mar respondió: —A esa le sirvió.
Con el mundo plagado de problemas de proporciones inimaginables es fácil deducir que nuestro guijarro lanzado a ese caótico océano no servirá de nada. No obstante, todo lo que hacemos, por insignificante que parezca, produce una onda expansiva y tiene un efecto positivo en la vida de las personas con quienes nos cruzamos en el camino, así como en la de otras que se toparán con ellas en el camino.
Si medimos nuestros actos con una vara muy exigente pensando que hay que enderezar todos los entuertos del mundo, nos veremos superados y la tarea resultará imposible. En cambio, si expresamos la enseñanza de Jesús en términos llanos y de todos los días, y abordamos una decisión, un acto, una conversación o un gesto de bondad a la vez, de pronto la tarea no se pinta tan espinosa. —Gabriel García Valdivieso [1
El amor y la amabilidad nunca se malgastan. Siempre influyen positivamente. Bendicen al receptor y te bendicen a ti, el dador. —Barbara De Angelis
[1] Conéctate Paso a paso