Somos limpiados

Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. (1 Juan 1:9 NVI)

 El pecado tiene efectos negativos en nuestra vida y en la de los demás, y sobre todo, en el daño que hace a nuestra relación personal con Dios. El pecado abre una brecha en nuestra relación con nuestro Padre. La confesión repara esa brecha. La rectificación requiere un esfuerzo de nuestra parte. Es similar al esfuerzo que debemos hacer para restaurar una relación con otra persona a quien hemos herido u ofendido.
 La confesión es el medio para contrarrestar el efecto que tienen nuestros pecados en nuestra relación con Dios. Si no reparamos periódicamente el daño confesando nuestros pecados, corremos el riesgo de endurecernos en nuestro corazón y espíritu y de que nuestra relación con Él se vuelva más distante.
 Confesar nuestros pecados y pedir a Dios que nos perdone es el camino a esa restauración. Cuando venimos delante de Él y admitimos que hemos pecado, cuando le pedimos perdón y mostramos arrepentimiento de corazón, la brecha queda reparada y se restaura la relación afectada. Somos limpiados de nuestra injusticia y estamos en condiciones de volver a comulgar con la justicia, que es Dios mismo.
 Dios desea perdonarnos y la confesión es la vía por la que recibimos Su misericordia y compasión. —Peter Amsterdam [1]

 La confesión es un acto de honestidad y valentía: un acto de confiarnos, más allá del pecado, a la misericordia de un Dios amoroso y perdonador". —San Juan Pablo II

[1] Áncora La confesión

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