Rayos de Dios
Será como la luz de la aurora en un amanecer sin nubes, que tras la lluvia resplandece para que brote la hierba en la tierra. (2 Samuel 23:4 NVI)
Hay momentos en los que la belleza de la Tierra se asemeja a las glorias del Cielo, en los que miras a tu alrededor con asombro y sabes que hay un Dios que te ama y se interesa por ti.
miro el cielo despejado del amanecer después de una noche de lluvia y observo el singular efecto óptico creado por el conjunto de niebla y polvo. También me fascinan los rayos crepusculares que brillan con una luz etérea. Emanan desde atrás de montañas o nubes y desparraman la luz solar a través de partículas de polvo. A ese fenómeno se lo denomina a veces rayos de Dios.
Cada vez que los veo me detengo y doy gracias a Dios por manifestar Su gloria en Su creación y demostrar principios espirituales a través de fenómenos visuales. Sin las partículas de polvo o vapor de agua que opacan la luz solar pura, nunca podríamos ver esa belleza con tanta claridad. Sin las nubes que por momentos ocultan el sol, nos perderíamos algunas de las facetas de su esplendor.
En nuestra vida las molestias, como el polvo, que nublan nuestra luz y pretenden recargar nuestros días con pequeñas distracciones, en realidad pueden colaborar para que surja una belleza más profunda. Si nos tomamos un momento para contemplar las hermosuras de la creación, los primeros rayos del alba o el crepúsculo, nuestra existencia se llena de una belleza majestuosa que proclama con orgullo el amor de Dios que brilla sobre nosotros, puro, inagotable y eterno. —Joyce Suttin [1]
Quienes habitan entre las bellezas y los misterios de la tierra nunca están solos ni se cansan de vivir. —Rachel Carson
[1] Conéctate De polvo, niebla y luz