Palabras amables en actos de bondad

Un hombre que descendía de Jerusalén a Jericó cayó en manos de ladrones, los cuales lo despojaron, lo hirieron y se fueron dejándolo medio muerto. (Lucas 10:30)

 Así comienza la parábola del buen samaritano, uno de los relatos más conocidos y citados de la Biblia y quizá de la literatura universal. Aconteció luego que varios judíos piadosos pasaron de largo a un infortunado viajero sin hacer nada para ayudarlo; hasta que un samaritano —cuya etnia y filiación religiosa eran objeto de repudio por parte de los judíos de la época— se compadeció de la víctima, le vendó las heridas y lo trasladó a una posada donde se comprometió con el mesonero a cubrir los gastos que en que incurriera para atenderlo.
 Jesús se vale de la parábola del buen samaritano para enseñarnos que el prójimo es cualquiera que precise nuestra ayuda, sin distinción de raza, credo, color, nacionalidad, extracción o procedencia. El Evangelio da cuenta de numerosas ocasiones en que Jesús tuvo compasión de las multitudes o de determinadas personas y, conmovido, las ayudó.
 Los compasivos traducen sus oraciones en hechos y sus palabras amables en actos de bondad. Eso hizo el buen samaritano. Eso hizo Jesús. Y eso es lo que cada uno de nosotros puede esforzarse por hacer en nuestro entorno y realidad. —Gabriel García Valdivieso [1]

 ¿Qué rasgos tiene el amor? Tiene ojos para ver la miseria y la necesidad. Tiene orejas para oír los suspiros y las tristezas de la humanidad. Tiene manos para ayudar a otros. Tiene pies para apresurarse a ayudar a los pobres y menesterosos. —San Agustín

[1] Conéctate Amor en acción

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