Nuestro parecido a Cristo
Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a Su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu». (2 Corintios 3:18)
Nuestro parecido a Cristo se manifiesta en nuestras decisiones y acciones, pero es consecuencia de cómo somos interiormente. Es algo que se desarrolla en nosotros a medida que somos continuamente transformados en Su imagen.
La clave de esa transformación es el don de la salvación, que hemos recibido gracias a la muerte de Jesús en la cruz. Gracias a Su sacrificio estamos en condiciones de volvernos nuevas personas, nuevas criaturas en Él.
Hemos recibido la bendición, el honor y el privilegio de tener una relación personal con Dios, y se nos pide que la cultivemos. Jesús dio ejemplo de cultivar la relación con Su Padre: «Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba».
La auténtica comunión con Dios comienza por ponerlo a Él en el centro de nuestra vida y reconocer que la relación que tenemos con Él es la más importante.
Que implica pasar ratos en Su presencia, comunicándonos con Él, adorándolo, participando de una comunicación recíproca con Él, o sea, dirigiéndonos a Él en oración, pero también leyendo Su Palabra y prestando oído a lo que Él nos dice por medio de ella, y escuchando Su voz cuando nos habla personalmente. —Peter Amsterdam [1]
Recordemos que es difícil tener un romance en medio de una muchedumbre; es preciso estar a solas con la persona. Así alude la Biblia a nuestra relación con Dios por medio de Cristo. La asocia a una relación sentimental. Es más, la llama un matrimonio, en el que Cristo hace las veces de Novio y nosotros, los integrantes de la iglesia, representamos a la novia. —Rick Warren
[1] Áncora Comunión con Dios