La oscuridad sencillamente no puede existir en presencia de la luz
Yo soy la luz del mundo. El que me sigue nunca andará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida. (Juan 8:12 RVA-2015)
Había una vez una oscura cueva en la tierra que jamás había visto la luz y ni se le pasaba por la imaginación como sería esta. Un día el sol envió una invitación a la cueva para que saliera a visitarlo. Al subir esta a la superficie, quedó anonadada, presa de gran alegría. Decidió entonces devolverle el favor al sol invitándolo a que bajara a visitarla algún día, ya que el sol jamás había presenciado la oscuridad. No obstante, cuando el sol llegó y entró en la cueva, intrigado por saber cómo era la oscuridad, quedó perplejo y dijo: No noto ninguna diferencia.
El mundo a veces nos presenta su cara más oscura: un ser querido aquejado de una enfermedad que da miedo, un niño que es objeto de matonismo en el colegio, un reportaje sobre alguna tragedia o alguna catástrofe natural. Las tinieblas también se nos cuelan en nuestras relaciones por efecto del rencor, por sentirnos incomprendidos o por su contraparte: no allanarnos a comprender.
La moraleja de la fábula de la cueva es que la oscuridad sencillamente no puede existir en presencia de la luz. Aun las más opresivas tinieblas son impotentes ante la presencia de la luz. «Esta luz resplandece en las tinieblas y las tinieblas no han podido extinguirla.» (Juan 1:5)
«Ustedes son la luz del mundo. » Jesús, que representa la luz del mundo, llama a Su vez a Sus seguidores a ser también ellos la luz del mundo. Fabuloso llamamiento, pero a la vez menuda exigencia. Por muy oscuro que nos parezca a veces el mundo, es al mismo tiempo nuestro deber y privilegio reflejar Su luz para que alumbre los rincones más lúgubres del mundo. —Ronan Keane [1]
La esperanza es poder ver que hay luz a pesar de toda la oscuridad. — Obispo Desmond Tutu
[1] Conéctate La luz y las tinieblas