La esperanza
Nos regocijamos… también en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza. Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado Su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado» (Romanos 5:3–5, NVI)
«Espero que haga buen tiempo mañana»; «Espero que todo te resulte bien». El sentido que se le ha dado al término esperanza le confiere un tono casi fatalista.
Pero en ese pasaje el apóstol Pablo no habla de una esperanza que es poco más que uno deseo ilusionado. Se refiere a la esperanza del Evangelio, una esperanza que se funda en la fe en el amor de Dios y en Su amoroso plan para nosotros, tanto a nivel individual como para la humanidad en su conjunto. En su epístola a los hebreos, Pablo escribe: «Tenemos como ancla del alma, una esperanza segura y firme».
Es precisamente en las dificultades y en los momentos tristes y vacíos de la vida cuando la esperanza brilla en su sentido más profundo y genuino. Es así como la profundización y el fortalecimiento de nuestro carácter producen esperanza.
Si tenemos esperanza, no rehuiremos las pruebas de la vida ni nos volveremos aprensivos en tiempos de incertidumbre. Y la esperanza «no nos defrauda». ¿Por qué? Porque nos llega a través del amor de Dios, que Él «ha derramado en nuestro corazón». De ese amor brotan la fe, la esperanza y todavía más amor. —Avi Rue [1]
Creer no es otra cosa que, en la oscuridad del mundo, tocar la mano de Dios y así, en silencio, escuchar la Palabra, ver el Amor. —Benedicto XVI (Joseph Ratzinger)
[1] Conéctate Año 14, número 1