Autodominio

 Como ciudad sin defensa y sin murallas es quien no sabe dominarse. (Proverbio 25:28 NVI)

 El hecho de que el Espíritu Santo more en nosotros tiene como fruto o efecto que nos volvemos más amorosos, alegres, apacibles, pacientes, amables, buenos, fieles, mansos y capaces de dominarnos.

 En breve, llegamos a ser más como Dios, más santos. Al tener mayor dominio propio, estamos en mejores condiciones de evitar airarnos con los demás, impacientarnos con ellos, ser desagradables, tratarlos sin amor o albergar malos sentimientos hacia ellos.

 Es menos probable que cometamos maldades o que tengamos actitudes negativas que hagan daño al prójimo o nos perjudiquen a nosotros mismos.

 Tenemos mayor capacidad para superar nuestros rasgos humanos pecaminosos, propios de nuestra naturaleza. —P. Amsterdam [1]

 Oh, Bendito Jesús, haz que mi alma se aquiete en ti.
Permite que tu poderosa calma reine en mí.
Gobiérname, oh, Rey de la Calma, Rey de la Paz.
Dame control, control sobre mis palabras, pensamientos y acciones.
Líbrame, oh, amado Señor,
de toda irritabilidad, de toda falta de mansedumbre y de dulzura.
Por Tu propia honda paciencia, concédeme paciencia a mí, quietud del alma en Ti.
Haz que en esto y en todo sea más parecido a Ti. —San Juan de la Cruz (1542–1591)

[1] P. Amsterdam Áncora Dominio propio desde una perspectiva bíblica

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