La verdadera riqueza

 He aquí Yo vengo pronto, y Mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. (Apocalipsis 22:12 RV1960)

 Un hombre acaudalado que estaba próximo a morir recibió la visita de un ángel. Le preguntó a este si podría llevarse algunos de sus bienes consigo al Cielo. El ángel respondió que no era lo acostumbrado, pero que de todos modos consultaría. Al regresar le dijo que le daban permiso para llevarse una maleta llena de valores.

 Al morir, el hombre llegó a las puertas del Cielo con su maleta y el ángel fue a su encuentro. Curioso por saber qué había traído consigo, el ángel le preguntó si no le importaría que echara un vistazo en la maleta. El hombre la abrió y estaba llena de lingotes de oro. El ángel miró fijamente al hombre y le preguntó: «¿Trajiste pavimento?»

 Lo que hacemos en esta vida terrenal —el fruto de nuestra relación con el Señor, de nuestro discipulado, de seguir la Palabra de Dios, de nuestro servicio a Él y a los demás, de nuestros actos de amor— es una inversión en la eternidad, que hace una gran diferencia en la otra vida. La carencia de esas inversiones también tiene incidencia. La vida que llevamos, las decisiones que tomamos, el bien que hacemos, el amor que manifestamos; todo eso incide en nuestro futuro eterno.

 Aunque cada uno de nosotros por ser cristiano está salvado y tiene vida eterna, todos tendremos que dar cuenta de nuestra vida, de si seguimos a Dios y Su Palabra o de cómo lo hicimos; y recibiremos nuestra recompensa dependiendo de lo que hayamos hecho o dejado de hacer en nuestra vida terrenal. —P. Amsterdam [1]

 Ser rico hacia Dios significa aprender sobre tus dones y pasiones y obrar bien para generar un cambio positivo en el mundo. —John Ortberg

[1] P. Amsterdam Áncora Solo una vida que pronto pasará

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