Fabuloso llamamiento, pero a la vez menuda exigencia
Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. (Juan 8:12)
El mundo a veces nos presenta su cara más oscura: un ser querido aquejado de una enfermedad que da miedo, un niño que es objeto de matonismo en el colegio, un reportaje sobre alguna tragedia o alguna catástrofe natural.
Las tinieblas también se nos cuelan en nuestras relaciones por efecto del rencor, por sentirnos incomprendidos o por su contraparte: no allanarnos a comprender. Se da también el caso de que tomamos decisiones erradas o cedemos ante nuestras debilidades, permitiendo así que la oscuridad cree fisuras o cause heridas que se resisten a sanar.
Aun las más opresivas tinieblas son impotentes ante la presencia de la luz. «Esta luz resplandece en las tinieblas y las tinieblas no han podido extinguirla.» (Juan 1:5)
Jesús además manifestó: «Ustedes son la luz del mundo. […] Así alumbre la luz de ustedes delante de los hombres, de modo que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos. (Mateo 5:14-16) En estos pasajes comparados, Jesús, que representa la luz del mundo, llama a Su vez a Sus seguidores a ser también ellos la luz del mundo. Fabuloso llamamiento, pero a la vez menuda exigencia. Por muy oscuro que nos parezca a veces el mundo, es al mismo tiempo nuestro deber y privilegio reflejar Su luz para que alumbre los rincones más lúgubres del mundo y así la gente de todas partes tenga oportunidad de presenciarlo y conocerlo personalmente. —Gabriel García Valdivieso [1]
Solía pedirle a Dios que me ayudara. Luego le pregunté si podía ayudarle a Él. Terminé pidiéndole que hiciera Su obra a través de mí. —Hudson Taylor (1832-1905)
[1] Conéctate La luz y las tinieblas