Esos valores tampoco estaban a la venta entonces, ni lo estarán nunca
Así es, el que almacena riquezas terrenales pero no es rico en su relación con Dios, es un necio. (Lucas 12:21 NTV)
Con el éxito alcanzado en los años 60 por la canción Can’t Buy Me Love (El dinero no puede comprarme amor), los Beatles capitalizaron una verdad sencilla y antigua. La letra muy bien podría haber dicho: «El dinero no puede comprarme la verdad, ni la felicidad, ni la paz interior». Esos valores tampoco estaban a la venta entonces, ni lo estarán nunca. Pese a ser una verdad muy simple, no es fácil vivirla.
Cuesta mucho vivir con sencillez si se considera que, donde sea que miremos, hay algún producto o personaje nuevo que exige nuestra atención o reclama parte de nuestro sueldo, prometiéndonos huecamente que se trata de la panacea, la clave de la felicidad. Tampoco se puede culpar a los vendedores. En nuestro mundo movido por el vil metal todos tienen que vender algo para sobrevivir, ya sea una canción, un producto, un servicio o —Dios no lo quiera— su propia alma.
En medio de todo ese barullo una pequeña voz interior nos sopla una y otra vez que la vida no puede consistir en eso y nada más. Lo que el mundo nos ofrece puede proporcionarnos comodidades y placeres momentáneos, pero es del todo incapaz de satisfacernos interiormente. Solo Dios puede hacer eso mediante Su amor, y además quiere hacerlo. Solo nos pide que acudamos a Él. —Keith Phillips [1]
San Francisco de Asís afirmó: «Todo lo que posees te separa de los demás; todo lo que das te une a ellos». El alma del altruismo es la generosidad. No solo une al equipo; también contribuye a que avance. —John C. Maxwell
[1] Conéctate El dinero no puede comprarme amor