Cuando Dios está en el centro de nuestro matrimonio

El amor tiene paciencia y es bondadoso. El amor no es celoso. El amor no es ostentoso, ni se hace arrogante. No es indecoroso, ni busca lo suyo propio. No se irrita, ni lleva cuentas del mal. No se goza de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (1 Corintios 13:4-7 RVA-2015)

 Cuando Dios está en el centro de nuestro matrimonio y Él es la Persona más importante en nuestras relaciones, Su amor labra la unidad entre nosotros y nos hace uno. Cuando Su amor nos mueve, sabemos que lo estamos complaciendo a Él, por más que nuestro cónyuge no responda como esperábamos.
 Transmitir el amor de Dios a los demás no es un contrato concebido para obtener a cambio lo que queremos de la otra persona. Se da libremente sin esperar reciprocidad. A veces hacemos cosas para nuestro cónyuge con la esperanza de que nos corresponda. Hacemos algo agradable por esa persona y queremos que a cambio haga algo agradable para nosotros. En muchos casos así será, toda vez que el amor engendra amor; sin embargo, es posible que ese acto recíproco por parte de la otra persona no nos llegue en el momento en que lo esperábamos ni tal como nos lo imaginábamos.
 Si el móvil que tenemos es obtener algo a cambio, lo que damos no es completamente por amor. Procuremos más bien imitar el amor de Jesús, que lo entregó todo por nosotros sabiendo que nunca podríamos devolverle todo lo que nos dio. —Maria Fontaine [1]

  Los grandes matrimonios no surgen por suerte o por accidente. Son el resultado de una inversión constante de tiempo, consideración, perdón, afecto, oración, respeto mutuo y un compromiso sólido como una roca entre marido y mujer.» —Dave Willis

[1] Conéctate Prioridades en el matrimonio

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