Por nada estén afanosos
En cuanto a lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre, si hay virtud alguna, si hay algo que merece alabanza, en esto piensen. (Filipenses 4;8 RVA2015)
He pensado mucho en los cambios en el sentido de reconocer que los necesitamos y comprometernos a llevarlos a efecto, pero, ¿qué pasa con los cambios que se nos imponen? Una guerra, un divorcio, un diagnóstico de fase terminal, una pérdida... Todas esas cosas traen aparejados cambios tremendos a los que hasta los más recalcitrantes se ven obligados a adaptarse.
¿Cómo logra uno entender y aceptar cambios que no quiere por nada del mundo? ¿Qué cambios permitimos y a cuáles nos oponemos para que nada se altere? ¿Y a qué se aferra uno cuando la situación se descontrola?
No me resulta fácil afrontar eso, pues lo que intento controlar y proteger son cosas buenas y hermosas que se deben resguardar, como es el caso de mi familia, nuestro hogar y seres queridos, etc. Sin embargo, en última instancia, tengo muy poco control sobre las cosas, salvo mi corazón, mi pensamiento y mis acciones.
Mientras exhortaba a los creyentes sobre temas de enorme trascendencia, como la persecución y otras penalidades que sufrían él y la iglesia, Pablo de golpe entreveraba: “Por nada estén afanosos; más bien, presenten sus peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús.” (Filipenses 4:6-7) —Marie Alvero [1]
La fuerza de voluntad no cambia a los hombres. El tiempo no cambia a los hombres. Cristo lo hace. —Henry Drummond
[1] Conéctate ¿Control?