La serenidad divina
Estén quietos y reconozcan que yo soy Dios. Exaltado he de ser entre las naciones; exaltado seré en la tierra. (Salmos 46:10 RVA2015)
En estos días de crisis tenemos tantas preocupaciones y cargas y tanto de lo que encargarnos, que es una locura. En el frenesí de la vida moderna es más necesario que nunca que nos bañemos en el mar de la serenidad divina.
Para conocer plenamente a Dios es preciso que nuestros pensamientos y nuestro espíritu estén tranquilos y en paz, y solo entonces puedes acudir a Dios y recurrir a Su ayuda, escuchar el silbo apacible de Su voz y conocer a Dios, como dice en Su Palabra: «Estén quietos, y sepan que Yo soy Dios».
La serenidad divina no es sinónimo de pasividad. Se trata de una auténtica paz de espíritu que trae aparejada una formidable lucidez mental. Es en esa paz que llegamos a comprender cuál es el designio y la voluntad de Dios.
Pon tu mano en la mano de Dios como un niño y déjate llevar por Él hacia el radiante sol de Su amor. A los que se encuentran hospitalizados, o a quienes están en casa, postrados en una cama por la enfermedad, al empresario que va preocupado en su coche, les digo: Que Dios los ayude a confiar en Él. Estén quietos. Dejen que Él se encargue de hacer el trabajo. La fe perfecta les traerá la victoria. Pongan su mano en la mano de Dios. Dios se ocupará de que todo salga bien. Amén. —Virginia Brandt Berg [1]
Si efectivamente creemos que Dios no solo existe sino que está presente de manera activa en nuestra vida —que nos sana, nos enseña y nos orienta— tenemos que reservarnos un tiempo y un espacio para darle a Dios toda nuestra atención. —Henri J.M. Nouwen
[1] Áncora A solas con Dios