La confianza no surge de la nada.

 Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado. (Isaías 26:3 RVR1960)

La confianza no surge de la nada. En la infancia aprendemos a confiar en nuestros padres porque sentimos su amor y nos beneficiamos de sus cuidados y de su concepción madura de la vida.

 Confiamos en los amigos que nos han apoyado en las buenas y en las malas. Confiamos en los socios comerciales que consideramos honrados y responsables. En resumidas cuentas, confiamos en una persona por las experiencias que hemos tenido con ella.

 Lo mismo sucede con Dios. Cuanto más le abrimos nuestro corazón, más sentimos Su amor y las atenciones que nos prodiga. Cuanto más estudiamos la Biblia y otros textos basados en ella, mejor entendemos la vida y más apreciamos la sabiduría y la bondad de Dios.

 Cuanto más ponemos a prueba Sus promesas, más fe adquirimos en ellas. Cuanto más le encomendamos nuestros problemas, más aprendemos a depender de Él para que los resuelva. Cuanto más profundamente llegamos a conocerlo, más confiamos en Él; y cuanto más confiamos en Él, mayor paz interior tenemos. —Keith Phillips [1]

 Enséñame a desapegarme
y en la oración perseverar
hasta que mi alma se sosiegue
y aprenda Tu voluntad. —Helen Steiner Rice (1900–1981)

[1] Keith Phillips Conéctate Año 16, número 9

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