El verdadero yo y verdadero tú

Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis. (Juan 14:3)

 Cuando se nos llame a abandonar esta vida, cuando lleguemos a ese umbral, dejaremos atrás las cosas de esta vida: nuestro cuerpo terrenal, nuestros bienes materiales. Nos despojamos de esas cosas como quien se quita un atuendo.
 Pero nuestro espíritu, que constituye la esencia de lo que somos, el verdadero yo y verdadero tú, traspasa ese velo y continúa. Nuestra experiencia y conocimientos —y sobre todo lo que hemos aprendido espiritualmente, lo relacionado con el amor, la bondad, y la verdad— nos los llevamos con nosotros y nos rinde beneficios por la eternidad.
 En el espléndido reino divino del amor —cualesquiera que sean nuestras limitaciones aquí—gozaremos de paz interior y satisfacción de espíritu. No sentiremos ningún temor; nuestras necesidades serán satisfechas en abundancia. Allí podremos hallar verdadero amor y llenar los espacios vacíos de nuestra vida, corazón, mente y espíritu.
 Jesús es la puerta al Cielo, y al entrar allí a través de Él, nuestra vida, tanto en este mundo como en el venidero, será más grandiosa que todo lo que nos hayamos podido imaginar. Por el hecho de haber aceptado a Jesús vamos a vivir para siempre con Él en Su reino fascinante, maravilloso y gratificador en el que impera la paz. [1]

 Como un niño que de repente deja de llorar cuando su madre lo estrecha entre sus brazos, así será el asimiento del cielo en nuestra alma. —Ravi Zacharias

[1] Áncora ¿Cómo es el Cielo?

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