Nuestro Salvador

Ustedes ahora son mis amigos, porque les he contado todo lo que el Padre me dijo. (Juan 15:15 NTV)

Poco después de sanar a «mucha gente» y dar de comer a 4.000 personas con siete panes y unos pocos pececillos, Jesús preguntó a Sus discípulos quién decía la gente que era Él. Ellos le informaron que para algunos Él era Juan el Bautista, y que otros pensaban que era Elías, Jeremías o algún otro de los grandes profetas que había resurgido de los muertos. Sus respuestas revelaron que la gente en general tenía muy buen concepto de Jesús y lo consideraba un gran profeta. Así y todo, sus hipótesis se quedaban cortas.

Jesús les preguntó entonces: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy?» No es difícil imaginarse las caras que pusieron los discípulos. Quizás agacharon la cabeza o se miraron unos a otros con extrañeza. Hasta que Simón Pedro —a todas luces el más franco y locuaz de los apóstoles— se armó de valor y acertó a señalar la verdadera identidad y razón de ser de Jesús: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente».

En sus páginas, la Biblia llama a Jesús la Luz del Mundo, el Buen Pastor, el Dios viviente, nuestro amigo y nuestro Salvador.

Independientemente de cómo se lo retrate, lo extraordinario de Jesús es que cada uno de nosotros lo puede experimentar a su manera. Él nos acepta tal como somos y con frecuencia se nos manifiesta de la forma que más llena nuestras necesidades, del modo que más nos permite identificarnos con Él como individuos.—R Keane [1]

Hambriento de amor, te mira. Sediento de ternura, te implora. Desnudo de lealtad, pone Sus esperanzas en ti. Carente de hogar, busca albergue en tu corazón. ¿Serás esa persona para Él?—Madre Teresa

[1] Activado, Volumen 16 número 4 2015.

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